martes, agosto 21

Con las palabras de otro

La mejor forma de decirlo, de hacerme entender tal vez, es usando las palabras de otro, de uno que admiro, de uno que sin saberlo ha sido compañero.
Aquí les va, de Mario Benedetti:

Viceversa

Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte

tengo ganas de hallarte
preocupación de hallarte
certidumbre de hallarte
pobres dudas de hallarte

tengo urgencia de oírte
alegría de oírte
buena suerte de oírte
y temores de oírte

o sea
resumiendo
estoy jodido
------------y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
----------viceversa

Nunca hasta hoy me había hecho tanto sentido...

lunes, agosto 6

Embriaguez de amor, embriaguez de ti

Los vi la semana pasada. Creo que volvía a mi casa del trabajo y como en cada trayecto en micro -de ida o de vuelta- la razón se me diluye un poco en cada uno de los sentidos, sobre todo en la vista o el oído (el olfato tiende a inhibirse en las micros... no comments).
Los vi a través de la ventana. Los vi jóvenes, aceptando quizás por primera vez la invitación de amores con olor a frutas y flores primaverales -en pleno invierno, claro está. Los vi a través de mi velo de romántica empedernida. Los vi a través de una cuota de voyeurismo que a veces no sabe controlarse y no deja que los ojos se alejen avergonzados de inmiscuirse en la pública intimidad ajena.
Los vi. Tomados de la mano. Mirandose. No a los ojos, sino en los ojos. En los ojos del otro. Al otro y a sí mismo en los ojos. Y cuando vi todo lo que vi me enfoqué en él. Me enfoqué en esa mirada conocida, añorada, olvidada, bienamada. En esa mirada que iba acompañada de un aire, de un aura, de un ritmo. En esa mirada que lo delataba.
Porque él estaba ebrio, embriagado de amor, embriagado de ella. El cuadro general era aún más decidor. Sus pies perdían el equilibrio creando lo que parecía una lenta y secreta danza inventada sólo para ellos dos.
Sus manos parecían acariciarla pero era como si se afirmaran de ella para no sucumbir a la fatal y completa falta de equilibrio. Sus labios buscaban sin demasiado éxito los labios de aquella que lo tenía completamente fuera de sí, completamente emborrachado.
Para mi mala suerte mi par de ojos se encontró con el par de ojos del pueril amante. Ojos que me recordaron el licor de los besos que alguna vez a mí también me embriagaron. Ojos que me reprocharon mis desvergüenza al mirar, al admirar, al añorar.
Y así para fortuna mía cambió la luz del semáforo, librándonos a todos de mi incómoda irrupción, de la intimidad profanada, de la melancolía desatada.

Imagen tomada de aquí